Jorge Oteiza - Roberto Puigmonumento a Jose Batlle y Ordoñez. 1956-1964

  1. MORENO MARTINEZ, JAVIER
Zuzendaria:
  1. Ana Arnaiz Gómez Zuzendaria

Defentsa unibertsitatea: Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea

Fecha de defensa: 2008(e)ko maiatza-(a)k 14

Epaimahaia:
  1. Ramón de Soto Arandiga Presidentea
  2. Angel Garraza Salanueva Idazkaria
  3. Tonia Raquejo Grado Kidea
  4. Miquel Planas Rosselló Kidea
  5. Saturnino Gutiérrez Barriuso Kidea

Mota: Tesia

Teseo: 150230 DIALNET

Laburpena

A finales de 1958, el escultor Jorge Oteiza y el arquitecto Roberto Puig concurrieron con un magnífico proyecto al concurso internacional para la erección de un Monumento al político uruguayo José Batlle y Ordóñez convocado por el Gobierno de la República Oriental del Uruguay en 1956. Un "monumento de carácter vivo" y que integrara, en una "unidad visible" dos aspectos plásticos: escultura y arquitectura. La apertura reciente de los archivos personales del escultor custodiados en la Fundación-Museo Jorge Oteiza, en Alzuza (Navarra), ha permitido la consulta y análisis de una gran cantidad de material documental original e inédito relacionado con este proyecto y las difíciles circunstancias que se dieron en el desarrollo del concurso. Este proyecto de Oteiza se nos muestra por su singularidad y complejidad, por su praxis y pensamiento explícito, por su carácter anticipatorio y radicalidad formal, conceptual y relacional, como un objeto de estudio preeminente que hasta la actualidad, si bien mencionado en algunos textos referidos al artista, no había sido estudiado en profundidad y valorado en su justa medida como la obra referencial y el punto álgido de sus investigaciones artísticas, de la relaciones escultura y arquitectura, de la integración con la ciudad y del servicio último del arte a la comunidad, en búsqueda y definición de un nuevo concepto de monumentalidad en Modernidad. Por su capacidad para aunar aspectos simbólicos y funcionales, este proyecto de monumento abordaba, de una manera singular y eficaz, una de las inquietudes básicas del debate del momento sobre el arte a la hora de afrontar los problemas de simbolización en el espacio público: la integración real de escultura con arquitectura en la ciudad. La pregunta que Oteiza y Puig se formulaban en este proyecto iba dirigida hacia el sentido, hacia lo esencial del monumento, obviando cualquier tipo de significación explícita, donde no se primaran ni evidenciaran cuestiones formales de la época o personales, y libre de alusiones alegóricas situaban el problema de su función en la construcción de un dispositivo espiritual para la orientación laica de la sociedad moderna: operación simbólica que vendría derivada del uso del citado dispositivo por parte de la comunidad, acorde con la idea oteiciana que insiste y persigue la consecución de un monumento vivo transformado en Centro de Investigaciones Estéticas para la proyección política de la ciudadanía. En este concurso Oteiza y Puig no presentaron un mero proyecto arquitectónico-escultórico sino que plantearon todo un ideario estético que trascendía la particularidad del propio proyecto. La vocación de monumentalidad está presente y es inherente a toda la obra de Oteiza desde el inicio y en todos sus propósitos experimentales. Si el arte debe cumplir una función primordial, convirtiéndose por encima de cualquier objetivo secundario en servicio espiritual para el Hombre, y si el arte es "curación de la Muerte", el arte debe liberar al Hombre del sentimiento trágico de la existencia que es la conciencia de su ser mortal, del Tiempo vital que se acaba. La obra de arte, para cumplir este cometido, debe instaurarse como Ser Estético, ESTATUA, una clase nueva de seres con vocación de eternidad, contra el Tiempo de la Naturaleza y más allá de la muerte. Una Estética Objetiva que se ocupe de la consistencia del Ser Estético se debe constituir como una "Teoría de la Inmortalidad", o en otras lógicas que determinan la estructura íntima de la obra de arte para este fin. Las condiciones necesarias para Oteiza para lograr esa nueva monumentalidad en Modernidad, exigían superar una serie de sucesivas etapas o niveles de verificación desde la experiencia personal, su praxis escultórica y sus colaboraciones con arquitectos, hasta su verificación final en la comunidad: una sucesión de "conclusiones" derivadas de la concatenación de diferentes "propósitos experimentales". Oteiza, en un continuo proceso dialéctico, cuando clausura o cierra un propósito experimental, inaugura y sienta las bases programáticas de uno nuevo: Arte-Arquitectura-Ciudad-Comunidad.