Indalecio Prieto y la política española, 1930-1936
- SALA GONZALEZ, LUIS MARIA
- Antonio Rivera Blanco Director
- Juan Pablo Fusi Aizpurua Co-director
Universidade de defensa: Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea
Fecha de defensa: 03 de febreiro de 2016
- Santos Juliá Díaz Presidente/a
- José Luis De la Granja Sainz Secretario/a
- Ángeles Barrio Alonso Vogal
- Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo Vogal
- Ricardo F. J. Miralles Palencia Vogal
Tipo: Tese
Resumo
La presente tesis doctoral es una biografía política del dirigente socialista español Indalecio Prieto Tuero. El trabajo abarca un periodo que va desde 1930 (año crucial para el cambio de régimen político que se operó en España con la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931) hasta el 18 de julio de 1936, fecha del golpe de Estado que supone el comienzo la Guerra Civil (1936-1939). El marco geográfico de la tesis es España, con atención especial al País Vasco, pues Prieto actuó como líder político en Bilbao y jugó un papel principal en el proceso que llevó a la formación del primer Gobierno Vasco autónomo en 1936. Entre los procesos de transformación que se presentan en el transcurso de la historia española del siglo XX, la Segunda República es uno de los que más atención ha recibido por parte de los historiadores, en el intento de desentrañar su exacto significado y la profundidad del cambio histórico que representó. Contamos con buenas historias del socialismo español en el periodo y biografías políticas muy notables de otros protagonistas, como Lerroux (Álvarez Junco), Azaña (Santos Juliá), Fernando de los Ríos (Ruiz Manjón y Zapatero), Largo Caballero (Aróstegui), Franco (Fusi y Preston), Aguirre (Mees, De la Granja, De Pablo y Rodríguez Ranz) y hasta Negrín (Miralles, Moradiellos y Jackson). La figura de Indalecio Prieto ha sido también objeto de algunos estudios, tanto generales como relacionados con la historia del socialismo español. Hubo que esperar al final de la dictadura franquista para la publicación en España de dos trabajos de referencia sobre el personaje: la introducción de Edward Malefakis a sus Discursos fundamentales (1975) y los dos capítulos que Juan Pablo Fusi le dedica en su libro El País Vasco. Pluralismo y nacionalidad (1984). Fusi señalaba ya entonces seis hitos en la trayectoria histórica de Prieto, seis momentos en los que fue protagonista principal en los siguientes hechos: - La crisis de la Monarquía de Alfonso XIII, en dos instantes clave de la misma: la coyuntura 1921-23, con su denuncia de las responsabilidades por el desastre colonial en Marruecos; y la de 1930, cuando emprende una auténtica cruzada antimonárquica y pone al país ante la necesidad de ir a un cambio de régimen. - La labor del primer bienio republicano, 1931-33, como cabeza política de los primeros y decisivos meses de la transición de la monarquía a la república. - La revolución de octubre de 1934. Aunque la iniciativa revolucionaria no partiera de él, Prieto colaboró con ella y presidió la asamblea de Zumárraga que culminaba la rebelión de los ayuntamientos vascos contra el Gobierno. - La gestación del Frente Popular, la alianza electoral de partidos de izquierda y obreristas que concurrió a las elecciones de febrero de 1936. Desde la primavera de 1935, exiliado en París y Ostende, Prieto estuvo en el origen del cambio de posición que llevó al PSOE a sumarse a la coalición electoral. - La crisis de la primavera de 1936, que contempló la destitución de Alcalá Zamora como presidente de la República, la elevación de Azaña a dicho cargo y el intento de constitución de un gobierno presidido por Prieto. - La dirección de la guerra, prácticamente desde la sublevación militar de julio de 1936 hasta abril de 1938. 1 Tesis doctoral defendida el 3 de febrero de 2016 en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco. Directores: Juan Pablo FUSI (Universidad Complutense) y Antonio RIVERA (U. del País Vasco). Tribunal: Presidente: Santos JULIÁ (UNED). Secretario: José Luis de la GRANJA (U. del País Vasco). Vocales: María Ángeles BARRIO (U. de Cantabria), Ricardo MIRALLES (U. del País Vasco) y Mercedes CABRERA (U. Complutense de Madrid). 2 Se trata de una trayectoria densa y compleja, que requería a mi juicio de un estudio monográfico que aclarase aspectos de la actuación política del personaje no suficientemente conocidos. He dejado fuera del ámbito de estudio de esta tesis doctoral los momentos inicial y final de la trayectoria descrita. Tanto el papel de Prieto en la crisis de la Restauración y la dictadura de Primo de Rivera (1917-1929) como su actuación durante la Guerra Civil (1936- 1939) merecen ser objeto de una investigación específica. (Indalecio Prieto y la guerra civil española es un trabajo inédito de Octavio Cabezas que he podido consultar gracias a la amabilidad de su autor). La primera biografía histórico-literaria del personaje, a cargo de Alfonso Carlos Saiz Valdivielso (Indalecio Prieto. Crónica de un corazón, 1984), apareció al calor de la llegada de los socialistas al Gobierno de España en 1982, y se enmarca en la labor de recuperación de la memoria de ¿los vencidos¿ que se llevó a cabo durante la Transición. Con ocasión del centenario del nacimiento de Prieto, la revista del MOPU le dedicó en diciembre de 1983 un número monográfico, en el que participaron políticos que habían regresado del exilio, como José Prat, e historiadores como Santos Juliá, Paul Preston o Juan Pablo Fusi. Vinieron después otros dos trabajos académicos importantes: El socialismo vasco durante la II República, de Ricardo Miralles (1988) y la tesis de José Carlos Gibaja, Indalecio Prieto y el socialismo español, 1935-1950 (1992). Preston volvió sobre la significación del personaje en el ensayo histórico que le dedica en Las tres Españas del 36 (Indalecio Prieto, una vida a la deriva, 1998). Miralles, por su parte, es también el autor del estudio preliminar que precede a la publicación de una amplia selección de discursos del líder socialista (Textos escogidos, 1999). A partir de ahí, se produjo un paréntesis en los estudios históricos sobre Indalecio Prieto que terminó en 2005 gracias, en gran medida, a la labor de Alonso J. Puerta al frente de la Fundación que custodia el legado del dirigente socialista. La recuperación, traslado a España y apertura del archivo del político a los investigadores permitió la consulta de documentos fundamentales para trazar su trayectoria. Esto se tradujo en la publicación de diversos títulos, como la biografía Indalecio Prieto. Socialista y español (Octavio Cabezas, 2005), De la guerra civil al exilio. Indalecio Prieto y Lázaro Cárdenas (2005), El dinero del exilio. Indalecio Prieto y las pugnas de posguerra (2007), la obra colectiva Indalecio Prieto y la política española (Abdón Mateos, 2008), La batalla de México. Final de la guerra civil y ayuda a los refugiados (2009) o la publicación de su correspondencia con Fernando de los Ríos (Ruiz Manjón, 2010), Luis Araquistain (Luis C. Hernando y Aurelio Martín Nájera, 2012) y Miguel de Unamuno (Luis Sala, 2014). Manuel Montero firmó Prieto y la quiebra de la restauración, 1917-1923, que sirve de prólogo a una selección de artículos aparecidos en El Liberal de Bilbao (2006). Javier Rodríguez Iglesias, que en 2006 realizó una primera aproximación al estado de la cuestión, ya echaba en falta un análisis en profundidad de la relación de Prieto con los partidos republicanos progresistas y con sus líderes, entre los que cita a Manuel Azaña, Marcelino Domingo y Felipe Sánchez Román. La conmemoración del cincuentenario de la muerte de Prieto en 2012 deparó otras dos obras importantes: el catálogo de la exposición organizada por el Gobierno Vasco en Bilbao y Eibar (comisariada por Ricardo Miralles), bajo el título Indalecio Prieto en la política vasca, 1883- 1962, y sobre todo la publicación de las jornadas celebradas en Bilbao y recogidas por José Luis de la Granja en el volumen Indalecio Prieto. Socialismo, democracia y autonomía (2013), una obra colectiva con ensayos interpretativos a cargo de Santos Juliá y Juan Pablo Fusi y valiosas aportaciones de historiadores de la UPV-EHU como el propio De la Granja, Antonio Rivera o Miralles. En 2013 vieron la luz otras dos publicaciones de interés: Indalecio Prieto y los enlaces ferroviarios de Madrid, a cargo de Antonio García, y El PSOE y la monarquía. De la posguerra a la transición, tesis doctoral de Luis C. Hernando. Con estos precedentes, ¿por qué escribir ahora una nueva biografía política de Indalecio Prieto? A pesar de que, como hemos visto, la historiografía ha dicho mucho sobre el Prieto 3 político, es llamativo el interés preferencial por los estudios relacionados con el personaje en la Guerra Civil y el exilio, dos etapas en las que ciertamente jugó un relevante papel para la suerte final de la República y en las disputas internas que conoció el socialismo español. Sin embargo, faltaba una investigación que analizara en profundidad el periodo 1930-1936, central en su trayectoria política, pues Prieto fue ministro, primero de Hacienda y después de Obras Públicas, y por dos veces pudo ser presidente del Gobierno. No lo fue porque en ambas ocasiones se encontró con la negativa de Largo Caballero, el otro gran líder del socialismo español de la época, y a la postre el primer socialista que estuvo al frente del Gobierno de España en septiembre de 1936. Para profundizar en las raíces de lo que se ha denominado el ¿prietismo¿ -ese talante liberal, democrático, no doctrinario, popular, regeneracionista y español que Prieto representó dentro del socialismo-, así como para comprender las claves de su actuación política ha sido necesario hacer un largo y minucioso trabajo de investigación siguiendo la metodología habitual de la historiografía, es decir, conjugando la consulta de bibliografía con el acceso a una amplia gama de fuentes documentales. He procedido al análisis crítico, evaluación y síntesis de sus numerosos escritos (artículos periodísticos, discursos parlamentarios, conferencias, mítines electorales, etc.), así como de la correspondencia hasta ahora inédita que Prieto mantuvo con colaboradores, amigos, correligionarios y líderes de otras formaciones políticas. En esta labor, la fuente imprescindible y principal ha sido la colección del periódico El Liberal de Bilbao (1901-1937), en el que Prieto trabajó prácticamente toda su vida y que fue reflejo y sostén de todas sus campañas políticas. Como escribió Roberto Castrovido, colaborador habitual en las páginas del diario bilbaíno, El Liberal fue para Prieto su ¿universidad política y periodística¿. Sus artículos, que se cuentan por miles, reproducidos o comentados en todos los periódicos izquierdistas de España y en muchos de otra tendencia, son de consulta obligada para conocer su pensamiento y su actuación política en este periodo. También he obtenido información fundamental en el archivo de la Fundación Indalecio Prieto en Alcalá de Henares (Madrid). Entre la documentación inédita que allí he consultado citaré la correspondencia con Miguel de Unamuno, los socialistas Teodomiro Menéndez y Toribio Echevarría, el republicano Felipe Sánchez Román (en lo relativo al encargo de formar gobierno en junio de 1933 y a la formación del Frente Popular) y el arquitecto Ricardo Bastida (para todo el periodo posterior a Octubre de 1934). Los otros dos archivos principales para esta investigación son los de la Fundación Pablo Iglesias, también en Alcalá, y el Archivo Histórico Nacional (Centro Documental de la Memoria Histórica desde 2007), en sus sedes de Salamanca y Madrid. Dice Prieto en un artículo dedicado al socialista francés Léon Blum que ¿las ideas son poco, o nada, sin hombres que las encarnen con talento y con virtud¿. Él mismo se hizo socialista más por sentimiento, por afectos personales, que por convicción teórica. Más que las obras de Marx y Engels, leyó las fábulas de Tomás Meabe, las novelas de Zola y Blasco Ibáñez, los grandes discursos de Salmerón, Pi y Margall y Castelar que le dictaba su profesor Miguel Coloma cuando estudiaba taquigrafía en la cátedra gratuita de la Diputación de Bizkaia, y sobre todo las obras de Jean Jaurès, el gran líder del socialismo francés asesinado en 1914. Socialismo y libertad es el título de un librito de Jaurès que Timoteo Orbe tradujo y editó en castellano. Prieto lo guardó toda su vida y lo utilizó con profusión en la famosa conferencia en la sociedad El Sitio de Bilbao, en 1921, en la que se declaró ¿socialista a fuer de liberal¿; esto es, en la que dijo que él era socialista porque era liberal y porque entendía que el socialismo no es otra cosa que la ¿plena consagración de la libertad, que únicamente es posible con la abolición de la esclavitud económica¿. Prieto entendió la política como acción ¿¿o es acción o no es política¿, escribió en cierta ocasión- y creía que ¿en política no cabe jamás resignarse, hay que pelear siempre¿. Fiel a este modo de entender la política, fue dentro del PSOE en los años veinte y treinta del siglo XX un 4 líder singular, atípico, el hombre que emprendía iniciativas muchas veces en solitario, a las que el partido y sus órganos de dirección se sumaban o no meses después. Fue también un político moderno en el sentido de que intuyó muy tempranamente que la información es poder y el papel fundamental que la opinión pública y los medios de comunicación de masas juegan en las sociedades democráticas. Reclamaba la colaboración ¿franca, personal y asidua¿ del político en la prensa. Jaurès y Clemenceau, en Francia, Lloyd George en Inglaterra y Pablo Iglesias en España fueron sus modelos en este sentido. En su pensamiento, el político tenía la obligación de escribir y exponer públicamente sus juicios sobre la actualidad. La única dificultad, verdaderamente terrible, que le eximía de ese deber era la de no tener nada interesante que decir. Él siempre encontró asuntos públicos sobre los que opinar. Publicó miles de artículos en prensa y pronunció cientos de discursos. Fue, sin duda, el gran parlamentario del Partido Socialista en las Cortes republicanas. En 1930 se convirtió en el principal abanderado del republicanismo, al que arrastró a buena parte de la opinión pública y a los otros líderes del socialismo español. Josep Pla afirma con rotundidad en su Historia de la Segunda República (1940) que, ¿históricamente hablando¿, el advenimiento del régimen fue posible ¿gracias a la labor incansable de Prieto¿. Efectivamente, desde que en el recibimiento de Unamuno en Irún lanzó por primera vez la consigna ¿con el rey o contra el rey¿, Prieto declaró incompatibles en España democracia y monarquía y emprendió una ¿cruzada antimonárquica¿ para unir a todas las fuerzas de oposición en torno a un proyecto democrático. Después del 14 de abril, Prieto se manifestó muy pronto, junto con Azaña, como la figura más representativa del nuevo régimen. Ambos compartieron el objetivo político de reformar el Estado español para hacer de él un instrumento de transformación de la sociedad, mediante una República democrática, liberal y parlamentaria. El paso de Prieto por el Ministerio de Hacienda, entre abril y diciembre de 1931, se produjo en el momento en que la economía española vivía lo que podíamos llamar una tormenta perfecta: una triple crisis cambiaria, bursátil y bancaria, con terribles efectos en el empleo. La labor ministerial, por tanto, le resultó penosísima y explica en buena medida sus depresiones y cambios de humor, en los que no faltaron las explosiones de violencia física y verbal. Solo en esos ocho meses, Prieto amagó con dimitir en al menos cuatro ocasiones. Con todo, soportó presiones de todo tipo, tomó decisiones acertadas para salvar el sistema financiero y trató, con la Ley de Ordenación Bancaria, de dotar al Gobierno de un instrumento de política monetaria, dando los primeros pasos hacia la nacionalización del Banco de España que se produciría muchos años después, en 1962. El análisis histórico desmiente por tanto la repetida opinión de que Prieto fue un buen ministro de Obras Públicas, pero un mal ministro de Hacienda. Como he dicho, los dos presidentes de la Segunda República vieron en él a un hombre de gobierno y le ofrecieron la jefatura del Gabinete: Alcalá Zamora, en junio de 1933, y Manuel Azaña, en mayo de 1936. He analizado estos dos momentos con detalle. El primero, porque la correspondencia inédita con Felipe Sánchez Román pone de manifiesto que Prieto se tomó muy en serio aquel encargo que pudo llevar por primera vez a un socialista a la presidencia del Gobierno de España y dar a la República una orientación distinta y quizá más estable. El segundo, porque se produjo en un momento clave para el futuro del régimen republicano y porque muchos actores políticos, tanto desde la izquierda como desde la derecha, vieron a Indalecio Prieto en esa hora como el gobernante que la situación política demandaba y el único político capaz de evitar un enfrentamiento entre españoles. ¿Pudo un gobierno presidido por Prieto haber evitado la guerra civil? Esa es la pregunta que se hicieron muchos de sus contemporáneos. Él respondió a unos y otros que la salvación de España no podía ser obra de un solo hombre. Que para evitar la ¿guerra civil¿ no era necesario recurrir a ningún mesías. Bastaba con que los españoles dejaran de matarse unos a otros y se situaran en lo que llamó ¿el terreno de la convivencia¿. Apunto también la hipótesis de que en los primeros días de julio de 1936 Prieto 5 se creyera con los apoyos que en mayo no tenía en su propio partido para ponerse al frente del Gobierno. Pero entonces no recibió la llamada del jefe del Estado (Azaña) y enseguida la sublevación militar y el estallido de la Guerra Civil trastocaron todos sus planes. Con sus aciertos y sus errores, el régimen democrático que Prieto contribuyó a implantar en España en los años 30 fue, en palabras de Toribio Echevarría, ¿un sincero ensayo de convivencia¿. La República, tal como Prieto la entendió, representó la tentativa hasta entonces más firme y popular de crear un marco en el que los problemas fundamentales de España (económicos, sociales, políticos, religiosos y territoriales) pudieran encontrar un acomodo democrático. Su fracaso final, como apunta Shlomo Ben-Ami, ¿no estaba condicionado irreversiblemente por imperativos estructurales¿, sino que tuvo sus causas en ¿las políticas, algunas claramente malas y otras muy inadecuadas¿, que se llevaron a cabo. Prieto no tuvo empacho en reconocer que la revolución que los socialistas desencadenaron tras la entrada de la CEDA en el Gobierno en octubre de 1934 fue un error desde el punto de vista político. Ante su conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera se declaró culpable de su participación en aquel movimiento. Pero utilizar esta confesión para avalar visiones fatalistas de la historia republicana, como se ha hecho desde el llamado ¿neorrevisionismo¿, es un despropósito. La guerra civil no empezó en octubre de 1934. Respecto a la primavera de 1936, Prieto que, con Azaña y Sánchez Román, fue uno de los artífices del Frente Popular ensayado en España, trató por todos los medios de fortalecerlo como instrumento de gobierno. Desde mediados de abril consideró ¿inevitable¿ la entrada de los socialistas en el Gobierno, pero advirtió de que ésta no se produciría ¿mientras no fuera decidida por el ala izquierda del PSOE, y en concreto, mientras Largo Caballero no apreciara su necesidad¿. Y éste no la apreció hasta septiembre de 1936, cuando la guerra ya había cambiado por completo el panorama. Si Largo Caballero fue, en palabras de Rodolfo Llopis, ¿el hombre más representativo de su clase¿, la personalidad política de Prieto, como reconoce el mismo autor, ¿desbordaba, con mucho¿, los límites de las organizaciones socialistas. Prieto fue, efectivamente, mucho más que un líder del partido socialista. Miguel Maura le señala en sus memorias como ¿la primera figura política¿ de la época, ¿porque desde el campo de la extrema izquierda, pesó en las decisiones de uno y otro lado de la barricada¿. Su proyecto político para España trascendía las siglas de su propio partido. Esto se puso de manifiesto de manera especial tras su discurso del Primero de Mayo de 1936 en Cuenca. Allí expuso con toda claridad que España en su pensamiento político no era una idea abstracta. Era el pueblo trabajador. ¿Los que labran la tierra, los que horadan la mina, los que queman su piel al pie de la fogata de los grandes hornos¿. España eran los hombres y las mujeres que padecían ¿no sólo la tiranía económica, producto fatal del actual sistema capitalista¿, sino ¿la injuria constante y la ofensa del espectáculo que producía la desigualdad social¿. Redimir a estos españoles era, para Prieto, la única razón de ser de la política. Cuando desde la derecha se atacaba al Frente Popular de ser la anti-España, Prieto respondía que no había más patriotismo que el de la España del pueblo. ¿Por ellos luchamos¿, dijo en Cuenca. ¿Son los más en número, los más desventurados, los sedientos de justicia, los necesitados de educación, de hombría, porque el hombre no lo es completo cuando no ha llegado a refinar su espíritu por los métodos excelsos de la educación¿. Prieto jugó, por último, un papel de primer orden en el proceso que llevó a la aprobación del primer Estatuto vasco en 1936. Por ello ha sido reconocido con justicia, al menos en la historiografía, como uno de los padres de la autonomía vasca. Desde 1930, su política estuvo claramente enfocada a atraer a los nacionalismos catalán y vasco al proceso de cambio democrático que representó la República. Si el Pacto de San Sebastián significó, en buena medida, el acuerdo del republicanismo español con el catalanismo de izquierdas para dar cauce 6 legal a las aspiraciones de autogobierno de Cataluña, la ausencia del nacionalismo vasco en aquella cita marcó el devenir lleno de altibajos que siguió el Estatuto vasco. Hay que decir que Prieto fue políticamente sensible a la cuestión vasca. Desde una concepción liberal, moderna y democrática de los fueros, respaldó el régimen del Concierto económico y el autogobierno como extensión política del mismo. Las razones que le llevaron a impulsar la autonomía de forma constante, a veces incluso en contra del sentir de su electorado (abril de 1933), fueron eminentemente prácticas: la probada capacidad de las instituciones vascas para administrar los asuntos públicos de manera eficiente. Defendió que el Estatuto fuera ¿obra de concordia¿ entre las fuerzas políticas vascas entre sí y con las del conjunto de España. Y que en su contenido, el texto se ajustara de forma estricta a los principios democráticos establecidos en la Constitución republicana. Salvados definitivamente estos dos requisitos, entre abril y julio de 1936, participó activamente en la redacción y tramitación en las Cortes del Estatuto vasco, que estaba prácticamente concluido cuando estalló la Guerra Civil. En todo este proceso, más que de aislar al nacionalismo vasco, Prieto trató primero de sumarlo sin éxito al bloque antimonárquico y después de alejarlo de sus socios de la derecha católica, cosa que logró de forma intermitente a finales de 1931, en el verano de 1932 y en septiembre de 1934, y de manera definitiva en febrero de 1936. Prieto atacó principalmente al nacionalismo vasco por antiliberal, reaccionario y clerical. Como dijo en frase que hizo fortuna, por querer convertir el País Vasco en un pequeño Gibraltar vaticanista, gobernado por los jesuitas de Loyola. El PNV fue el principal rival del socialismo vasco en las urnas y Prieto fue para muchos nacionalistas vascos ¿algo así como una bestia negra¿. Pero el enemigo político del líder socialista no fue el nacionalismo, sino la derecha católica antirrepublicana, que tenía en La Gaceta del Norte, el influyente diario de Bilbao propiedad de José María Urquijo, su principal órgano de expresión. Como escribió José Antonio Aguirre, Prieto y La Gaceta eran ¿los dos polos opuestos¿ de la política vizcaína. Ambos mantuvieron una lucha encarnizada durante todo el periodo republicano. Como espetó Prieto al tradicionalista Marcelino Oreja durante un debate en el Congreso en 1931, ¿no hemos hecho la revolución en beneficio de sus señorías¿. Por el contrario, la entente entre nacionalistas y socialistas vascos que permitió aprobar el Estatuto en 1936 se mantuvo como base de los gobiernos presididos por Aguirre hasta la muerte del lehendakari en 1960.